CUENTOS BREVES Y EXTRAORDINARIOS
NOTA PRELIMINAR
Uno de los muchos agrados que puede suministrar la literatura es el agrado de lo narrativo. Este libro quiere
proponer al lector algunos ejemplos del género, ya referentes a sucesos imaginarios, ya a sucesos
históricos. Hemos interrogado, para ello, textos de diversas naciones y de diversas épocas, sin omitir las
antiguas y generosas fuentes orientales. La anécdota, la parábola y el relato hallan aquí hospitalidad, a
condición de ser breves.
Lo esencial de lo narrativo está, nos atrevemos a pensar, en estas piezas; lo demás es episodio ilustrativo,
análisis psicológico, feliz o inoportuno adorno verbal. Esperamos, lector, que estas páginas te diviertan como
nos divirtieron a nosotros.
J.L.B. y A.B.C., 29 de julio de 1953
LA SENTENCIA
Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad
caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador
accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes
de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el
emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperdaor
lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le
propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza
de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-Cayó del cielo.
Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:
-Que raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
Wu Ch'eng-en (c. 1505-c. 1580).
EL REDENTOR SECRETO
Es sabido que todos los ogros viven en Ceylán y que todas sus vidas están en un solo limón. Un ciego corta
el limón con un cuchillo y mueren todos los ogros.
Del Indian Antiquary, I (1872).
LA ANIQUILACION DE LOS OGROS
La vida de una tribu entera de ogros puede estar concentrada en dos abejas. El secreto, sin embargo, fue
revelado por un ogro a una princesa cautiva, que fingía temer que éste no fuera inmortal. Los ogros no
morimos, dijo el ogro para tranquilizarla. No somos inmortales, pero nuestra muerte depende de un secreto
que ningún ser humano adivinará. Te lo revelaré, para que no sufras. Mira ese estanque: en su mayor
profundidad, en el centro, hay un pilar de cristal, en cuya cima, bajo el agua, reposan dos abejas. Si un
hombre puede sumergirse en las aguas y volver a la tierra con las abejas y darles libertad, todos los ogros
moriremos. ¿Pero quién adivinará este secreto? No te apesadumbres; puedes considerarme inmortal.
La princesa reveló el secreto al héroe. Este libertó las abejas y todos los ogros murieron, cada uno en su
palacio.
Lal Behari Day, Folk Tales of Bengal (Londres, 1833).
UN TERCERO EN DISCORDIA
En su Vida de Apolonio, refiere Filostrato que un mancebo de veinticinco años, Menipio Licio, encontró en el
camino de Corinto a una hermosa mujer, que tomándolo de la mano, lo llevó a su casa y le dijo que era
fenicia de origen y que si él se demoraba con ella, la vería bailar y cantar y que beberían un vino
incomparable y que nadie estorbaría su amor. Asimismo le dijo que siendo ella placentera y hermosa, como
lo era él, vivirían y morirían juntos. El mancebo, que era un filósofo, sabía moderar sus pasiones, pero no
ésta del amor, y se quedó con la fenicia y por último se casaron. Entre los invitados a la boda estaba
Apolonio de Tiana, que comprendió en el acto que la mujer era una serpiente, una lamia, y que su palacio y
sus muebles no eran más que ilusiones. Al verse descubierta, ella se echó a llorar y le rogó a Apolonio que
no revelara el secreto. Apolonio habló; ella y el palacio desaparecieron.
Robert Burton, The Anatomy of Melancholy (1621).
HISTORIA DE CECILIA
He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la historia siguiente: Cecilia, hija de Metelo, quería
casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La
doncella estaba de pie y Cecilia sentada y pasó un largo rato sin que se oyera una sola palabra. La sobrina
se cansó y le dijo a Cecilia:
-Déjame sentarme un momento.
-Claro que sí, querida -dijo Cecilia-; te dejo mi lugar. Estas palabras eran el presagio, porque Cecilia murió
en breve y la sobrina se casó con el viudo.
Ciceron, De divinatione, I, 45.
EL ENCUENTRO
Ch'ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que
era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos, y como el señor Chang Yi quería mucho al
joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre
estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas.
Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su
hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, consintió. Ch'ienniang, desgarrada por el amor
y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del
país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la
capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang
Chu, desesperado, no cesó de cavilar durante la fiesta y se dijo que era mejor partir y no perseverar en un
amor sin ninguna esperanza.
Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas pocas millas cuando cayó la noche. Le dijo al
marinero que amarrara la embarcación y que descansaran. No pudo conciliar el sueño y hacia la media
noehe oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó: "¿Quién anda a estas horas de la noche?"
"Soy yo, soy Ch'ienniang", fue la respuesta. Sorprendido y feliz, la hizo entrar en la embarcación. Ella le dijo
que había esperado ser su mujer, que su padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la
separación. También había temido que Wang Chu, solitario y en tierras desconocidas, se viera arrastrado al
suicidio. Por eso había desafiado la reprobación de la gente y la cólera de los padres y había venido para
seguirlo adonde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.
Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaron noticias de la familia y Ch'ienniang
pensaba diariamente en su padre. Esta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no
y una noche le confesó a Wang Chu su congoja; como era hija única se sentía culpable de una grave
impiedad filial. -Tienes un buen corazón de hija y yo estoy contigo -respondió él-. Cinco años han pasado y
ya no estarán enojados con nosotros. Volvamos a casa-. Ch'ienniang se regocijó y se aprestaron para
regresar con los niños.
Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch'ienniang: -No sé en qué estado de
ánimo encontraremos a tus padres. Déjame ir solo a averiguarlo-. Al avistar la casa, sintió que el corazón le
latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró
asombrado y le dijo: -¿De qué hablas? Hace cinco años que Ch'ienniang está en cama y sin conciencia. No
se ha levantado una sola vez.
-No estoy mintiendo -dijo Wang Chu-. Está bien y nos espera a bordo.
Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch'ienniang. A bordo la encontraron sentada,
bien ataviada y contenta; hasta les mandó cariños a sus padres. Maravilladas, las doncellas volvieron y
aumentó la perplejidad de Chang Yi.
Entre tanto, la enferma había oído las noticias y parecía ya libre de su mal y había luz en sus ojos. Se
levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.
La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se
confundieron y sólo quedó una Ch'ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero
ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.
Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch'ienniang vivieron juntos y felices.
(Cuento de la dinastía Tang, 618-906 a.C.)
DIFICIL DE CONTENTAR
Kardan cayó enfermo. Su tío le dijo:
-¿Qué deseas comer? La cabeza de dos corderos.
-No hay.
-Entonces, las dos cabezas de un cordero.
-No hay.
-Entonces no quiero nada.
Ibn Abd Rabbih, Kitabal idq el farid, tomo III.
ARGUMENTOS ANOTADOS POR NATHANIEL HAWTHORNE
Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan sueños en que ese
amigo obra como enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. La explicación
sería la percepción instintiva de la verdad.
En medio de una multitud imaginar a un hombre cuyo destino y cuya vida están en poder de otro, como si
los dos estuvieran en un desierto.
Un hombre de fuerte voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, la ejecución de un acto. El que ordena
muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquel acto.
Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Esta se muda allí; encuentran un
sirviente sombrío que el testamento les prohibe expulsar. El sirviente los atormenta; se descubre, al fin, que
es el hombre que les ha legado la casa.
Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El
acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores.
Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desarrolla contra sus intenciones; que los
personajes no obren como él quería; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque a una
catástrofe, que él trate, en vano, de eludir. Este cuento podría prefigurar su propio destino y uno de los
personajes sería él.
Nathaniel Hawthorne, Note-books (1868).
DER TRAUM EIN LEBEN
El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo,
jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:
-¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
-Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y
saliste vos. -Con súbita curiosidad me preguntó: -Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?
Francisco Acevedo, Memorias de un bibliotecario (Burzaco, 1955)
EL SUEÑO DE CHUANG TZU
Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una
mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Herbert Allen Giles, Chuang Tzu (1889)
EL CIERVO ESCONDIDO
Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo
descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo
había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera su sueño, a toda la
gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y
dijo a su mujer:
-Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he
encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.
-Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo leñador?
Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -dijo la mujer.
-Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño -contestó el marido-, ¿a qué preocuparse averiguando
cuál de los dos soñó?
Aquella noche el leñador volvió a su casa pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño
soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa
del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron al juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo
al leñador:
-Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era
verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado
un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que
se lo repartan.
El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:
-Y ese juez, ¿no estará soñando que reparte un ciervo?
Liehtsé (c. 300 a. C.).
LOS BRAHMANES Y EL LEON
En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los
hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; solo tenía cordura. Un día se
reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no
ganamos dinero? Ante todo, viajaremos.
Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:
-Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura,
nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se
vuelva a su casa.
El segundo dijo:
-Esta no es manera de proceder. Desde muchachos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo, tú tendrás
tu parte en nuestras ganancias.
Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:
-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.
El primero dijo:
-Sé componer el esqueleto.
El segundo dijo:
-Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.
El tercero dijo:
-Sé darle la vida.
El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El tercero se disponía a
infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:
-Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.
-Eres muy simple -dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.
-En tal caso -respondió el hombre cuerdo- aguarda que me suba a este árbol.
Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó que
se alejara el león, para bajar del árbol y volver a su casa.
Panchatantra, siglo II, a.c.
UN GOLEM
Si los justos quisieran crear un mundo, podrían hacerlo. Combinando las letras de los inefables nombres de
Dios, Rava consiguió crear un hombre y lo mandó a Ray Zera. Este le dirigió la palabra; como el hombre no
respondía, el rabino le dijo: "Eres una creación de la magia; vuelve a tu polvo".
Dos maestros solían, cada viernes, estudiar el Sepher Yezirah y crear un ternero de tres años que luego
aprovechaban para la cena.
Sanhedrin, 65, b.
LA VUELTA DEL MAESTRO
Desde sus primeros años, Migyur -tal era su nombre- había sentido que no estaba donde tenía que estar. Se
sentía forastero en su familia, forastero en su pueblo. Al soñar, veía paisajes que no son de Ngari: soledades
de arena, tiendas circulares de fieltro, un monasterio en la montaña; en la vigilia, estas mismas imágenes
velaban o empañaban la realidad.
A los diecinueve años huyó, ávido de encontrar la realidad que correspondía a esas formas. Fue vagabundo,
pordiosero, trabajador, a veces ladrón. Hoy llegó a esta posada, cerca de la frontera.
Vio la casa, la fatigada caravana mogólica, los camellos en el patio. Atravesó el portón y se encontró ante el
anciano monje que comandaba la caravana. Entonces se reconocieron: el joven vagabundo se vio a sí
mismo como un anciano lama y vio al monje como era hace muchos años, cuando fue su discípulo; el monje
reconoció en el muchacho a su viejo maestro, ya desaparecido. Recordaron la peregrinación que había
hecho a los santuarios del Tíbet, el regreso al monasterio de la montaña. Hablaron, evocaron el pasado; se
interrumpían para intercalar detalles precisos.
El propósito del viaje de los mogoles era buscar un nuevo jefe para su convento. Hacía veinte años que
había muerto el antiguo y que en vano esperaban su reencarnación. Hoy lo habían encontrado.
Al amanecer, la caravana emprendió su lento regreso. Migyur regresaba a las soledades de arena, a las
tiendas circulares y al monasterio de su encarnación anterior.
Alexandra David-Neel, Mystiques et Magiciens du Tibet (1929).
TEMOR DE LA COLERA
En una de sus guerras, Alí derribó a un hombre y se arrodilló sobre su pecho para decapitarlo. El hombre le
escupió en la cara. Alí se incorporó y lo dejó. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, respondió:
-Me escupió en la cara y temí matarlo estando yo enojado. Sólo quiero matar a mis enemigos estando puro
ante Dios.
Ah'med el Qalyubi, Nanadir.
ANDROMEDA
Nunca el dragón estuvo con mejor salud y más entonado que la mañana en que Perseo lo mató. Se dice
que Andrómeda comentó después con Perseo la circunstancia: se había levantado tranquilamente con muy
buen ánimo, etcétera. Cuando le referí esto a Ballard, se lamentó de que ese rasgo no figurara en los
clásicos. Lo miré y le dije que yo también era los clásicos.
Samuel Butler, Note-books.
EL SUEÑO
Murray soñó un sueño.
La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro yo inmaterial en sus andanzas por la
región del sueño, «gemelo de la muerte». Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el
sueño de Murray.
Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño es que acontecimientos que parecen abarcar
meses o años ocurren en minutos o instantes.
Murray aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del corredor
iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga coría de un lado a otro y Murray le bloqueó el
camino con un sobre. La electrocutación tendría lugar a las nueve de la noche. Murray sonrió ante la
agitación del más sabio de los insectos.
En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba allí, tres había sido conducidos: uno,
enloquecido y peleando como un lobo en la trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita
devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó cómo
responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya serían casi
las nueve. Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Carpani, el siciliano que
había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlos. Muchas veces, de celda a celda,
habían jugado a la damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.
La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:
-Y, señor Murray, ¿cómo se siente? ¿Bien?
-Muy bien, Carpani -dijo Murray serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola
con suavidad en el piso de piedra.
-Así me gusta, señor Murray. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana
que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, señor Murray, yo gané el último partido de damas. Quizá
volvamos a jugar otra vez.
La estoica broma de Carpani, seguida por una carcajada ensordecedora, mas bien tentó a Murray; es
verdad que a Carpani le quedaba todavía una semana de vida.
Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres
hombres avanzaron hasta la celda de Murray y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, ese era
antes, ahora se llamaba el reverendo Francisco Winston-, amigo y vecino de sus años de miseria.
-Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel- dijo, al estrechar la mano de Murray. En la mano
izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta.
Murray sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no
sabía qué decir. Los presos llamaban a este pabellón de veintitrés metros de largo y nueve de ancho, Calle
del Limbo. El guardián habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del
bolsillo un porrón de whisky y se lo ofreció a Murray, diciendo:
-Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.
Murray bebió profundamente.
-Así me gusta -dijo el guardián-. Un buen calmante y todo saldrá bien.
Salieron al corredor y los condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le
falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve,
que Murray iría a la silla a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen.
El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña y a la
serpiente. Por eso, de los siete condenados, sólo tres gritaron sus adioses a Murray, cuando se alejó por el
corredor, entre los centinelas: Carpani y Marvin, que al intentar una evasión había matado a un guardia, y
Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso leventar las manos. Los
otros cuatro guardaban un humilde silencio.
Murray se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos
veinte hombres, empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...
Aquí, en medio de una frase, el sueño quedó interrumpido por la muerte de O. Henry. Sabemos, sin
embargo, el final: Murray, acusado y convicto del asesinato de su querida, enfrenta su destino con
inexplicabe serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica. Lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los
preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo
han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su
mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son un
sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento lo electrocutan.
La ejecución interrumpe el sueño de Murray.
O'Henry
LA PROMESA DEL REY
Tostig, hermano del rey sajón de Inglaterra, Harold, hijo de Godwin, codiciaba el poder y se alió con Harald
Sigurdarson, rey de Noruega. (Este había militado en Constantinopla y en Africa; su estandarte se llamaba
Landöda, Desolador de Tierras; también fue poeta famoso.) Con un ejército noruego desembarcaron en la
costa oriental y rindieron el castillo de Jorvik (York). Al sur de Jorvik los enfrentó el ejército sajón. Veinte
jinetes se allegaron a las filas del invasor; los hombres, y también los caballos, estaban revestidos de hierro.
Uno de los jinetes gritó: -¿Está aquí el conde Tostig?
-No niego estar aquí -dijo el conde.
-Si verdaderamente eres Tostig -dijo el jinete- vengo a decirte que tu hermano te ofrece su perdón, su
amistad y la tercera parte del reino.
-Si acepto -dijo Tostig- ¿qué dará el rey a Harald Sigurdarson? -No se ha olvidado de él -contestó el jinete-.
Le dará seis pies de tierra inglesa y, ya que es tan alto, uno más.
-Entonces -dijo Tostig- dile a tu rey que pelearemos hasta morir. Los jinetes volvieron. Harald Sigurdarson
preguntó pensativo:
-¿Quién era ese caballero que habló tan bien?
-Era Harold, hijo de Godwin.
Antes que declinara el sol de ese día, el ejército noruego fue derrotado. Harald Sigurdarson pereció en la
batalla y también el conde.
Del capítulo XCI del décimo libro de la Heimskringla.
EL JURAMENTO DEL CAUTIVO
El Genio dijo al pescador que lo había sacado de la botella de cobre amarillo:
-Soy uno de los genios heréticos y me rebelé contra Salomón, hijo de David (¡que sobre los dos haya paz!).
Fui derrotado; Salomón, hijo de David, me ordenó que abrazara la fe de Dios y que obedeciera sus órdenes.
Rehusé; el Rey me encerró en ese recipiente de cobre y estampó en la tapa el Nombre Muy Alto, y ordenó a
los genios sumisos que me arrojaran en el centro del mar. Dije en mi corazón: a quien me dé la libertad, lo
enriqueceré para siempre. Pero un siglo entero pasó, y nadie me dio la libertad. Entonces dije en mi corazón:
a quien me dé la libertad, le revelaré todas las artes mágicas de la tierra. Pero cuatrocientos años pasaron y
yo seguía en el fondo del mar. Dije entonces: a quien me dé la libertad, yo le otorgaré tres deseos. Pero
novecientos años pasaron. Entonces, desesperado, juré por el Nombre Muy Alto: a quién me dé la libertad,
yo lo mataré. Prepárate a morir, oh mi salvador.
De la noche tercera del libro de Las Mil y Una Noches.
NOSCE TE IPSUM
Al Mahdi cercaba con sus hordas a Khartum, defendida por el general Gordon. Hubo enemigos que se
pasaron a la ciudad sitiada. Gordon los recibía uno por uno y les indicaba un espejo para que se miraran. Le
parecía justo que un hombre conociera su cara antes de morir.
Fergus Nicholson, Antología de espejos, Edimburgo, 1917
UNA DESPEDIDA
Parker no había muerto al día siguiente, septiembre 16, pero estaba muy dolorido. Ya no lo calmaba la
morfina; no podía comer ni beber. Nos costó acomodarlo en la parte de atrás del camión. La bala, que lo
atravesó de un lado a otro, le había destrozado el estómago. Afortunadamente el camino era bastante liso,
de modo que el ajetreo del camión no era intolerable.
Había una luz muy clara y un sol radiante. Estábamos ahora en el desierto, no sin alguna mata o arbusto,
pero demasiado lejos del agua, para el hombre y su ganado. Bajo un arbusto vi una enorme hiena, dando
vueltas y vueltas, como un perro antes de echarse a dormir; una hora después vi una pareja de orix. Las
pesadas bestias, grandes como novillos, de pelaje blanco como la nieve y grandes cuernos curvos,
pastaban en las matas de olor dulzón. Detuvimos el camión para mirarlos, porque ninguno de nosotros
habíamos visto nunca animales así, ni volvimos a verlos. Lo ayudamos a Parker a incorporarse, para que él
los viera también. Nos pareció importante que los viera antes de morir.
Vladimir Peniakoff, Private Army.
EL INTUITIVO
Dicen que en el riñón de Andalucía hubo una escuela de médicos. El maestro preguntaba:
-¿Qué hay con este enfermo, Pepillo?
-Para mí -respondía el discípulo- que se trae una cefalalgia entre pecho y espalda que lo tiene frito.
-¿Y por qué lo dices, salado?
-Señor maestro: porque me sale del alma.
Alfonso Reyes, El deslinde (1944).
VIDAS PARALELAS
Cuando nació Confucio, un unicornio recorrió la comarca. Por la forma y el tamaño parecía un buey. La
madre del Maestro ató en el cuerno del animal una cinta. Setenta y siete años después el unicornio
reapareció y lo mataron; la cinta estaba rota. Confucio dijo:
-El unicornio ha vuelto; han pasado los años; el día de mi muerte está próximo.
E. R. Huc, L'Empire Chinois (1850).
COMO DESCUBRI AL SUPERHOMBRE
A los lectores de Bernard Shaw y de otros escritores modernos les interesará la noticia del descubrimiento
del Superhombre. Yo lo descubrí: vive en South-Croydon. Mi hallazgo será un severo desengaño para Mr.
Shaw, que ha seguido una pista falsa y anda buscándolo por Black-pool; y en cuanto a la esperanza de Mr.
Wells de producirlo, a base de cuerpos gaseosos, en un laboratorio particular, siempre la creí predestinada
al fracaso. Afirmo que el Superhombre de Croydon nació de una manera normal, aunque, por supuesto, él
no tiene nada de normal.
Sus padres no son indignos del ser prodigioso que han dado al mundo. El nombre de Lady Hypatia
Smythe-Browne (ahora Lady Hypatia Hagg) nunca será olvidado en los barrios pobres, tan atendidos por su
benéfico celo. Su constante grito de Salvad a los niños fustigaba la negligencia cruel de quienes permiten al
niño la posesión de juguetes de color vivo, pernicioso para la vista. Alegaba estadísticas irrefutables que
demostraban que los niños a quienes no les vedan el espectáculo del violeta y del bermellón propenden
muchas veces a la miopía en la extrema vejez; y a su cruzada infatigable se debe que el azote de las bolitas
casi fuera barrido de las casas de inquilinato. La abnegada señora recorría las calles de sol a sol quitando
los juguetes a los niños pobres, bondad que les llenaba los ojos de lágrimas. Su obra fue interrumpida, en
parte por su nuevo interés en la religión de Zoroastro, en parte por un paraguazo feroz. Se lo infirió una
disoluta verdulera irlandesa, que, al regresar de alguna orgía, se encontró en su dormitorio insalubre con
Lady Hypatia descolgando una oleografía vulgar, cuya influencia, para no decir otra cosa, no podía ser
edificante. La celta, analfabeta y alcoholizada, no sólo agredió a su bienhechora, sino que la acusó de robo.
La mente, exquisitamente equilibrada, de Lady Hypatia, padeció un eclipse transitorio, durante el cual
contrajo enlace con el doctor Hagg.
Hablar del doctor Hagg es innecesario. Quienes tengan la más leve noticia de esos atrevidos experimentos
de Eugenesia Neo-Individualista, que constituyen la preocupación esencial de la democracia británica, sin
duda conocen su nombre y lo han encomendado más de una vez a la protección personal de una Entidad
impersonal. Desde muy joven aplicó a la historia de la religión su vasta y sólida cultura de ingeniero
electricista. Poco después era uno de nuestros geólogos más ilustres, y logró esa clara visión del porvenir
del socialismo, que es patrimonio de los geólogos. Al principio pareció advertirse una grieta, fina pero visible,
entre sus opiniones y las de su aristocrática esposa. Ella era partidaria (para decirlo con su poderoso
epigrama) de proteger a los pobres contra sí mismos; él sostenía, con una nueva y vigorosa metáfora, que
en la lucha por la vida el triunfo debía adjudicarse a los triunfadores. Los dos, sin embargo, acabaron por
percibir que sus respectivas opiniones eran inequívocamente modernas y en este luminoso adjetivo sus
almas encontraron la paz. El resultado es que la unión de los dos tipos más altos de nuestra cultura, la gran
dama y el hombre de ciencia autodidacto, fue bendecida por el nacimiento del Superhombre, del ser que
aguardan día y noche todos los obreros de Battersea.
Encontré, sin mayor dificultad, la casa del doctor Hagg: está ubicada en una de las últimas calles de Croydon
y la domina una fila de álamos. Llegué a la hora del crepúsculo y es comprensible que me pareciera advertir
algo oscuro y monstruoso en la indefinida mole de aquella casa que hospedaba a un ser más prodigioso que
todos los seres humanos. Fui recibido con exquisita cortesía por Lady Hypatia y su esposo, pero no vi en
seguida al Superhornbre, que ya ha cumplido los quince años y vive solo en una pieza apartada. Mi diálogo
con los padres no aclaró del todo la naturaleza de esa misteriosa criatura. Lady Hypatia, que tiene un rostro
pálido y ansioso, ostentaba esos grises y medias tintas con los que ha dado alegría a tantos hogares pobres
en Hoxton. No habia del fruto de su vientre con la vanidad vulgar de una madre humana. Tomé una decisión
audaz y pregunté si el Superhombre era lindo.
-Crea su propio canon, como usted sabe -respondió con un leve suspiro-. En ese plano es más bello que
Apolo. Desde nuestro plano inferior, por supuesto... -y volvió a suspirar.
Tuve un horrible impulso y dije de golpe:
-¿Tiene pelo?
Hubo un silencio largo y penoso. El doctor Hagg dijo con suavidad:
-Todo en ese plano es distinto: lo que tiene no es... lo que nosotros llamaríamos pelo, aunque...
-¿No te parece -murmuró su mujer-, no te parece que, para evitar discusiones, conviene llamarlo pelo,
cuando uno se dirige al gran público?
-Quizá tengas razón -dijo el doctor, después de un instante-. Tratándose de pelo como ése hay que hablar
en parábolas.
-Bueno, ¿qué diablos es -pregunté con alguna irritación- si no es pelo? ¿Son plumas?
-No plumas, según nuestro concepto de plumas -contestó Hagg con una voz terrible.
Me levanté, impaciente.
-Sea como fuere, ¿puedo verlo? -pregunté-. Soy periodista y sólo me traen aquí la curiosidad y la vanidad
personal. Me gustaría decir que he estrechado la mano del Superhombre.
Marido y mujer también estaban de pie, muy incómodos.
-Bueno, usted comprenderá -dijo Lady Hypatia con su encantadora sonrisa de gran dama-. Usted
comprenderá que hablar de manos... su estructura es tan diferente...
Olvidé todas las normas sociales. Arremetí contra la puerta del aposento que encerraba sin duda a la
criatura increíble. Entré: la pieza estaba a oscuras. Oí un triste y débil gemido; a mi espalda retumbó un
doble grito:
-¡Qué imprudencia! -exclamó el doctor Hagg, llevándose las manos a la cabeza-. Lo ha expuesto a una
corriente de aire. ¡El Superhombre ha muerto!
Esa noche, al salir de Croydon, vi hombres enlutados cargando un féretro que no tenía forma humana. El
viento se quejaba sobre nosotros, agitando los álamos, que se inclinaban y oscilaban como penachos de
algún funeral cósmico.
G. K. Chesterton
EL DESPERTAR DEL REY
Agentes franceses en el Canadá, después de la derrota de sus armas, en 1753, divulgaron entre los indios
la información de que el rey de Francia había quedado dormido durante los últimos años, pero que acababa
de despertar y que sus primeras palabras fueron: «Hay que arrojar inmediatamente a los ingleses que se
han metido en el país de mis hijos rojos.» La noticia cundió por todo el continente y fue una de las causas de
la famosa conspiración de Pontiac.
H. Desvignes Doolittle, Rambling Thoughts on World History
(Niagara Falls, 1903).
MUERTE DE UN JEFE
Derrotadas las lanzas de Cacharí por la tropa de línea, éste quedó por muerto en las márgenes de la laguna
que hoy lleva su nombre. Cuentan los vecinos que durante dos días y dos noches el cacique, enloquecido y
moribundo, gritaba como para proseguir la pelea: "Aqui está Cacharí, Cacharí, Cacharí".
León Rivera, Bocetos de un asistente (La Plata, 1894).
EL AVISO
En una de las antiguas guerras de Escocia, el jefe del clan de los Douglas cayó en manos del enemigo. Al
otro día llevaron a su habitación en la torre, una cabeza de jabalí en una fuente. Douglas, al verla,
comprendió que su suerte estaba sellada. Esa noche lo decapitaron.
George D. Brown, Gleanings in Caledonian byways (Dunbar, 1901).
LA EXPLICACION
El implacable escéptico Wang Ch'ung negó la estirpe del fénix. Declaró que así como la serpiente se
convierte en pez y la laucha en tortuga, el ciervo, en épocas de paz y de tranquilidad, se convierte en
unicornio y el ganso en fénix. Atribuyó estas mutaciones al "líquido propicio" que, 2356 años antes de la era
cristiana, hizo que en el patio del emperador Yao creciera césped de color escarlata.
Enwin Broster, Addenda to a History of Freethinking (Edimburgo, 1887).
UN MITO DE ALEJANDRO
¿Quién no recuerda aquel poema de Robert Graves, en el que se sueña que Alejandro el Grande no murió
en Babilonia, sino que se perdió de su ejército y fue internándose en el Asia? Al cabo de vagancias por esa
geografía ignorada, dio con un ejército de hombres amarillos y, como su oficio era la guerra, se alistó en sus
filas. Así pasaron muchos años y en un día de paga, Alejandro miró con algún asombro una moneda de oro
que le habían dado. Reconoció la efigie y pensó: yo hice acuñar esta moneda, para celebrar una victoria
sobre Darío, cuando yo era Alejandro de Macedonia.
Adrienne Bordenave, La modificntion du Passé ou la seule base de la Tradition (Pau, 1949).
LA FUERZA DE LA FE
Cuando las tropas del duque de Orléans sitiaban Zaragoza, el clero de la ciudad persuadió a los pobladores
que tales tropas eran apariencias producidas por un sortilegio.
Voltaire, Le Siècle de Louis XIV.
LA OBRA Y EL POETA
El poeta hindú Tulsi Das compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después un rey lo
encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su
ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.
R. F. Burton, Indica (1887)
EUGENESIA
Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su
marido que les permitiera usar de la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el
parto fue normal.
Drummond, Ben Ionsiana (c. 1618).
LA MENDIGA DE NAPOLES
Cuando yo vivía en Nápoles, había en la puerta de mi palacio una mendiga a la que yo arrojaba monedas
antes de subir al coche. Un día, sorprendido de que no me diera nunca las gracias, miré a la mendiga;
entonces vi que lo que había tomado por una mendiga más bien era un cajón de madera, pintado de verde,
que contenía tierra colorada y algunas bananas medio podridas.
Max Jacob, Le Cornet à Dés (1917)
OMNE ADMlRARI
Macedonio Fernández está en lo de Dabove. Hay un perro debajo de la mesa. Macedonio observa:
-Qué inteligente es este perro. No confunde mi mano con un pedazo de carne. Es un fuerte intelectual, che.
Estanislao González, Apuntes de un vecino de Morón (Morón, 1955).
CADA HOMBRE ES UN MUNDO
Don Miguel de los Santos Alvarez tiene motivos particulares para no creer en la riqueza. El resultado de sus
meditaciones a este respecto es la convicción de que andan por ahí veinticinco duros y algunos diamantes
que van dando la vuelta al mundo de mano en mano. Los primeros los ha tenido en la suya una vez, según
asegura. A los segundos no los conoce más que de vista, todavía.
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